La "semana santa" ha llegado a nosotros cargada de historia y de tradiciones. Pero ha llegado más la historia y las tradiciones que lo santo. De ahí que, vaciadas de sentido y realismo, son una buena ocasión para vacaciones, para huir de la rutina y del trabajo, a la par que de la responsabilidad. En los alrededores de la "semana santa" abundan las reflexiones para todos los gustos: quién piensa que se pierde la tradición, que las cosas ya no son como antes; quién cree que estamos en un proceso de recuperación y que la cosa va a más. Depende del punto de vista.
Con todo, parece claro que son más los cofrades afiliados a las variopintas hermandades, que desfilan por las calles paseando las catorce estaciones del "via-crucis", que los hermanos enrolados en la gran fraternidad universal, dispuestos a sacar la luz y a impedir los vía crucis de tantos pueblos y de tantos hombres. A estas alturas y en estas latitudes no hay cristiano que no deteste y rechace la injusticia de aquel tiempo contra Jesús.
Pero a estas alturas y en estas latitudes no todos los cristianos están sensibilizados contra la injusticia que sigue oprimiendo a los pobres y condenando a inocentes. Bien está que recordemos en imágenes y divulguemos en procesiones la historia de la muerte de Jesús. Pero estaría muy mal que olvidásemos la pasión de los hermanos de Jesús. La memoria de la pasión y muerte de Cristo no puede ser para los cristianos una coartada histórica para apartar los ojos de la actualidad, ni menos pretexto piadoso para la irresponsabilidad pública. La memoria del Crucificado, el análisis pormenorizado en los pasos procesionales, debe actuar de revulsivo. Tiene que ser una memoria subversiva que nos empeñe en desmontar la injusticia del mundo y de los poderosos de turno. Que aunque no podamos evitar lo que sucedió en aquel tiempo, sí podemos evitar que siga sucediendo lo mismo y se repita la historia de sangre y de ignominia.
Lo santo de la semana santa es hacer que no se malogre la pasión de Jesús, que dio su vida para que todos la tengan. Y ese empeño, ese desafío que nos reta todos los años, esa otra procesión va por dentro. El que sea cofrade -¿No decimos que somos todos hermanos?- que coja su vela, que cargue con su responsabilidad, y que vaya a la procesión: el movimiento de liberación de todos los pueblos y de todos los hombres (hombre y mujer, ¡claro!).
EUCARISTÍA 1982, 17