Este pasado lunes, cerca de las 10:45 de la noche, la tierra volvió a sacudirse en República Dominicana. Un temblor de magnitud 5.9, con epicentro en el Canal de la Mona, a 103.9 kilómetros al este de Miches, El Seibo, y a una profundidad de apenas 10.7 kilómetros, fue registrado por el Centro Nacional de Sismología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Aunque este evento no causó daños significativos, ha reactivado una inquietante interrogante: ¿está el país preparado para un terremoto de magnitud 8.0?
Un sismo de 8.0 no es un simple temblor; es una amenaza de gran escala, con capacidad de causar colapsos masivos, pérdida de miles de vidas y una crisis humanitaria prolongada. Es el tipo de fenómeno que ha devastado ciudades enteras en otras partes del mundo, como lo vimos en México, Chile, Japón o Haití. ¿Y nosotros? ¿Podría República Dominicana resistir algo así?
Vulnerabilidad evidente: ¿dónde están los planes reales?
Vivimos sobre fallas sísmicas activas, como la de Enriquillo-Plantain Garden y la de Septentrión. Los expertos llevan años advirtiendo que estas fallas están acumulando energía, y que un gran terremoto podría ocurrir en cualquier momento. Sin embargo, la percepción general es que no existe una respuesta clara ni una preparación estructural a la altura del riesgo.
Las edificaciones en ciudades como Santo Domingo, Santiago y San Cristóbal, ¿cumplen con los estándares antisísmicos? ¿Cuántas de nuestras viviendas, hospitales y escuelas resistirían un terremoto de esa magnitud? ¿Se han hecho estudios recientes que lo confirmen? Y si existen, ¿están al alcance del público?
¿Dónde está la cultura de prevención?
Más allá de las instituciones formales como el COE o la Defensa Civil, la pregunta va dirigida al ciudadano común: ¿sabe usted qué hacer si ahora mismo comienza un terremoto de gran magnitud? ¿Conoce las rutas de evacuación, los puntos de encuentro, las recomendaciones básicas?
La mayoría no. Y eso es alarmante. Los simulacros en escuelas o empresas son esporádicos. La señalización en lugares públicos es mínima. La comunicación preventiva desde las autoridades es casi nula. ¿Esperamos que ocurra una tragedia para empezar a actuar?
Una bomba de tiempo
Un terremoto de 8.0 no es una posibilidad lejana ni una historia de otros países. Es una bomba de tiempo bajo nuestros pies. Si el sismo de este lunes hubiese sido 50 o 100 kilómetros más cerca, y con una magnitud mayor, ¿estaríamos contando otra historia hoy? ¿Estaríamos lamentando cientos de vidas perdidas, hospitales colapsados, calles intransitables, un país en caos?
La urgencia de prepararnos
No se trata de sembrar pánico, sino de abrir los ojos. Este tipo de amenaza no se combate con discursos, sino con planificación, educación y acción sostenida. Necesitamos revisar nuestras infraestructuras, crear campañas masivas de concientización, reforzar los sistemas de emergencia, y sobre todo, tomarnos el riesgo en serio.
Miremos el caso reciente de la discoteca Jet Set, una estructura que colapsó y dejó víctimas. Aunque no fue a causa de un sismo, es un reflejo de la fragilidad de muchas edificaciones en el país. Si una estructura de uso frecuente y en una zona urbana no soportó el paso del tiempo y otros factores, ¿cuántas más están en condiciones similares o peores? ¿Cuántas plazas comerciales, escuelas privadas, iglesias, apartamentos o centros de salud podrían venirse abajo ante un sismo de magnitud 8.0?
Esa es la verdadera pregunta que debemos hacernos. Porque cuando llegue el gran sismo —y todo apunta a que llegará, no habrá tiempo para improvisar. La única defensa será lo que hicimos antes de que la tierra vuelva a temblar.
FERNANDO CASTILLO
El que preparo este articulo es docente del área de Ciencias de la Naturaleza
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