La madrugada del jueves, una nueva tragedia sacudió las costas dominicanas cuando una yola, con al menos 40 personas a bordo, naufragó frente a las playas de Juanillo, en la provincia La Altagracia. El objetivo: llegar ilegalmente a Puerto Rico. Hasta el momento, se han recuperado dos cuerpos sin vida, otros dos han sido localizados pero aún no extraídos del mar, y 13 personas fueron rescatadas con vida. Se estima que alrededor de 20 continúan desaparecidas.
Lo que más llama la atención no es solo la tragedia en sí, sino el destino elegido: Puerto Rico, un Estado Libre Asociado de Estados Unidos, que atraviesa una aguda crisis económica, social y migratoria. ¿Por qué entonces tantos dominicanos arriesgan su vida para llegar a una isla cuyas condiciones objetivas no son necesariamente mejores?
Una paradoja nacional
Lo paradójico es que las estadísticas oficiales sitúan a la República Dominicana entre las economías más dinámicas de América Latina. Organismos como el Banco Mundial y la CEPAL han resaltado el crecimiento económico sostenido del país en la última década, con tasas por encima del promedio regional, inversión extranjera creciente, turismo en expansión y mejoras en la estabilidad macroeconómica.
Y, sin embargo, la migración irregular sigue aumentando. Decenas de personas se lanzan al mar cada mes para intentar llegar a Puerto Rico, pagando entre 5,000 y 7,000 dólares a redes de tráfico humano. La contradicción es evidente y alarmante: ¿Cómo puede una nación que presume de estabilidad económica expulsar por desesperación a tantos de sus ciudadanos?
¿En qué han fallado las autoridades dominicanas?
Este fenómeno revela que el crecimiento económico no ha sido inclusivo ni ha llegado a todos por igual. Las autoridades actuales han fallado en varios aspectos fundamentales:
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Persisten altos niveles de pobreza y desigualdad, sobre todo en zonas rurales y barrios marginados.
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La falta de acceso real a empleos dignos y educación de calidad empuja a jóvenes a buscar futuro fuera del país.
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Las costas están mal vigiladas, facilitando las operaciones de mafias que lucran con el tráfico humano.
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La población carece de confianza en las instituciones y no siente que haya oportunidades para progresar por la vía formal.
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No hay campañas efectivas de concientización, ni estrategias sólidas para frenar el flujo migratorio irregular.
Es decir, mientras las cifras macroeconómicas lucen bien en los informes, la realidad en muchos sectores del país es otra.
Puerto Rico: ¿tierra prometida o ilusión peligrosa?
Puerto Rico no representa, en sentido estricto, un futuro garantizado. La isla sufre una profunda crisis económica desde hace años, con una deuda pública impagable, servicios públicos deteriorados y una población que emigra en masa hacia Estados Unidos continental. Aun así, cientos de dominicanos e incluso haitianos lo ven como una salida posible.
El problema, entonces, no es solo económico, sino de percepción, de desesperanza, de falta de oportunidades reales y de abandono institucional.
El rostro humano de la tragedia
La yola que naufragó era una embarcación improvisada, sin medidas mínimas de seguridad. Zarpó en condiciones marítimas adversas, ignorando advertencias del COE. El rescate fue encabezado por la Armada Dominicana con apoyo de varias instituciones, pero el verdadero drama comenzó mucho antes, cuando cada uno de esos pasajeros decidió pagar miles de dólares para subirse a esa frágil embarcación en busca de un sueño.
Un llamado urgente a la verdad y a la acción
Es tiempo de dejar de hablar únicamente de crecimiento económico en términos abstractos. Un país que expulsa a sus ciudadanos no está verdaderamente en desarrollo. La gente no huye de la prosperidad, huye de la desigualdad, la indiferencia estatal, la inseguridad y la falta de dignidad.
Las autoridades tienen una deuda pendiente con su pueblo: hacer que el desarrollo se sienta en cada comunidad, en cada familia, en cada joven que hoy piensa que la única salida está en el mar.
Fernando Castillo